Carl Honoré es periodista y escritor, autor del best seller “Elogio de la lentitud”. Escribió además otros libros, como “Elogio de la experiencia” y “Bajo presión”. Nació en Escocia, es ciudadano canadiense y vivió algunos años en la Argentina, donde fue corresponsal para varios medios extranjeros.
Habla un español perfecto, con tonada canadiense. En una breve visita por Buenos Aires participó del ciclo “Conversaciones” de LA NACION y se refirió a todos los “males de época”. Porqué su filosofía de tortuga tarde o temprano le ganará a las liebres.
-¿Es un mito o una realidad que para la reunión de las cinco que teníamos para grabar la entrevista quería llegar a las tres de la tarde?
-Era para dejar un margen, un colchón.
-Para llegar con margen que es tu filosofía.
-Eso, totalmente.
-El origen de tu romance con la lentitud fue cuando llegaste una noche a leerle un libro a tu hijo y no dabas más.
-Yo era un correcaminos. Trabajaba como periodista y vivía como todos en una sociedad infectada, contaminada por el virus de la prisa, en todo. Corría por la vida en lugar de vivirla, tanto en el trabajo como en lo personal. Así que en la cocina, en el gimnasio y en la cama con mis hijos, a la hora de leer un cuento -que tendría que ser el momento más relajado, más tierno, más lindo- fue cuando toqué fondo, porque estaba a punto de comprar un libro de cuentos para leer en un minuto antes de dormir, o sea, Blancanieves en sesenta segundos.
-¿Y por qué corremos tanto? ¿Por qué se da esto de ir de un lado al otro y por qué corren los que corren?
-Yo creo que hay un cóctel de razones ¿no? Por un lado, el trabajo nos empuja a hacer cada vez más y más, en menos tiempo. El mundo se ha convertido también en un gran buffet de cosas que experimentar, consumir, coleccionar, y el instinto humano es querer hacerlo, consumirlo todo, así que terminamos cayendo en la trampa del carrusel de la vorágine, de la del hacer sin parar, correr constantemente. La tecnología también es una gran tentación como para estar distraído, sobreestimulado, hacer cosas, hacer malabares con cuatro cosas a la vez. Es el acto por excelencia de la velocidad. En lugar de dedicarte a una cosa y darle el tiempo y la atención que merece, tratamos de hacer muchas cosas a la vez. Pero yo creo que, en el fondo, para mucha gente, una vida de liebre, digamos, de correcaminos, es una forma de negación. Estar siempre ocupado es un mecanismo de negación, de huida de uno mismo. Es una manera de no enfrentarte a vos mismo ¿no?
-¿Por qué?
-Yo creo que da miedo. Porque ese encuentro con uno mismo, aunque, como nos dijo Sócrates, es el secreto de una vida digna del hombre, una vida bien vivida, es una vida reflexiva, una vida en la cual nos tomamos momentos de calma, de serenidad, de tranquilidad, de silencio, para reconectar con nosotros mismos y para reflexionar y pensar profundamente. Eso, sobre todo en el mundo moderno, cuando estamos, a lo mejor, dedicándonos a cosas que son frívolas o triviales, o vivimos una vida un poco que no está alineada con lo nuestro, significa que tenemos muchos deberes metafísicos que no hemos hecho, y nosotros estamos desconectados de nosotros mismos. Yo creo que a mucha gente le da miedo pasar tiempo consigo mismo. Por eso cuando toca, pues, hacer la cola en un colectivo, por ejemplo, en el avión o en el banco, nadie se queda allí en un estado de reflexión. Sacamos el celular, miramos Instagram, las redes sociales, es pura distracción. Y ¿por qué no queremos distraernos? Porque no estamos a gusto, no estamos bien con nosotros mismos. Y un gran paso para desacelerar es tomarse ese tiempo de parar. Como dice y cito al gran filósofo argentino Alejandro Fantino (ríe) ‘pará, pará pará, pará, ¿no?
-Creaste esto que es el movimiento slow a nivel internacional, ¿cómo rompiste la inercia? Porque está el que dice ‘arranco la dieta el lunes’, el que dice ‘voy a tener más tiempo’, ‘voy a hacer más deporte’.
-Es un proceso.
-Reconectar con la tortuga interior o de forjar una energía interior, decís.
-Claro, sí, con mi tortuga, en ese caso. Es un proceso lento. Yo creo, una de las grandes ironías de hoy, es que somos tan impacientes que incluso queremos desacelerar rápidamente. Así que la gente escucha por ahí alguna charla mía o lee un libro y me dice, ‘che, esto de la lentitud me encanta, tengo que conseguir el alma interior mañana o hoy’. No funciona así, es un proceso de cambio, ¿no? Es de mediano y largo plazo. ¿Por qué? Porque en los primeros pasos de ir de una vida híper acelerada a una vida más tranquila, vas a pasar por síntomas de abstinencia, porque somos adictos a la velocidad. Esto no te lo quitás en dos horas. Así que yo tuve que dar pasos, un par de pasos avanzando y luego un paso atrás, un paso complicado, pero hay muchas palancas, muchas claves, muchos tips, muchos pasos que todos podemos dar para ir hacia una vida más más equilibrada.
-Tres consejos que puedas dar para hacerlo.
-El primer consejo es siempre cortar la agenda, hacer menos. Nos estamos dedicando a cosas que no son importantes. Yo le aseguro a los oyentes, a los espectadores, que si paran, miran su agenda y se encontrarán que van a reflexionar de verdad y van a encontrar cosas que no son importantes, que dentro de, no sé, una semana, ni vas a recordar, así que deja caer cosas de la agenda para abrir más espacio, para poder, porque cuando vos le decís no a algo que no es importante, lo que estás diciendo en el fondo es un sí muy sonoro a las cosas que de verdad importan. Así que hacer menos, cortar. Menos es más, un primer paso. Un segundo paso tiene que ver con la tecnología, ¿no? Esas armas de distracción masiva que llevamos en el bolsillo. Hay que usar el botoncito rojo “off”, apagar las notificaciones, en la medida de que sea posible, para que seas vos quien controla tu tiempo y tu atención. Yo tengo las notificaciones apagadas constantemente. No me pierdo de mensajes ni nada. Esto fue un “game changer” para mí, fue un cambio brutal cuando empecé a apagar las notificaciones. Creo que ayuda también incorporar en tu agenda del día a día algún ritual lento. Algo que te que te vacune contra el virus de la prisa. Y esto va variando en función de la persona. Puede ser, qué sé yo, hacer puntos o leer poesía o hacer yoga o meditación. O para mí es cocinar. A mí cocinar me relaja, me saca de esa vorágine, me inyecta con una cuota de lentitud. Así que incorporá ese ritual lento en tu agenda, no hace falta que dure cuatro horas, puede ser cinco minutos. Algo ahí, para inocularte contra el virus de la prisa.
-Hablabas de la tortuga interior, pero también está la liebre ¿La liebre no tiene que ver también con con la finitud de la vida, con que uno dice, quiero hacer, abarcar distintas cosas, para aprovechar el tiempo que es corto?
-Yo creo que la mortalidad, el hecho de que la vida tiene un fin, en algún momento, ¿no? De cierto modo, eso nos empuja a puede ser una arma de doble filo. ¿Qué quiero decir con esto? Quiero decir que si vos contemplas la mortalidad, el hecho de que la vida es finita, que tiene un tiene un fin, esto te puede afectar de dos modos. Por un lado, te puede empujar hacia la aceleración de todo, porque vos pensás, ‘el tiempo es oro, tengo que correr, hacer más y más cosas con menos y menos tiempo’. El otro impacto que puede tener, y es mucho más positivo y que yo promociono siempre, es que esa idea de la morosidad te empuja hacia un festejo del momento, de esa capacidad de saborear el aquí y el ahora, y de disfrutarlo plenamente, de vivir plenamente en el momento. Y yo creo que son los dos efectos que puede tener esa contemplación de la mortalidad. Infelizmente, a mi juicio, la mayoría de la gente cae en el segundo grupo. En esos que, en la medida que piensan en la mortalidad, dicen ‘ay, dios, tengo que correr y hacer más y más, no puedo dormir, tengo que optimizar incluso mi sueño para aprender inglés’. Esto te lleva a una vida superficial, una vida de pacotillas, una vida donde tocas apenas la superficie de las cosas. En cambio, una vida más slow, cuando optas por decir, ‘ok, yo voy a hacer menos cosas, pero las cosas que voy a hacer, las voy a hacer bien. Yo voy a estar presente’.
-¿Qué es el tiempo? Hay muchos que dicen ‘quiero que llegue el viernes’ pero todo depende de tu condición, ¿no? Si te dan un diagnóstico terminal, y te dicen, ‘tenés cinco días de vida’ no querés que llegue el viernes. Y si tenés una vida que pensás plena y medio eterna, decís, dale, que llegue el viernes, que quiero el fin de semana, y arrancar.
-El tiempo es el gran misterio, ¿no? Es muy elástico, muy fluido, va cambiando. Depende del contexto. A veces el tiempo nos trata como un dueño, con el látigo y todo, y otras veces el tiempo desaparece, es el agua en la cual flotamos. Yo, cuando hablo del tiempo, en relación con la lentitud, la idea es forjar una relación más liviana, digamos, más natural, menos obsesiva, menos neurótica con el tiempo. Lo que hemos heredado de la época victoriana y todo eso de la productividad en las fábricas victorianas es cuando pusieron los primeros relojes. La idea era, el objetivo principal, optimizar la productividad del tiempo. Así que contamos por primera vez una historia humana, los minutos, los segundos y te pagamos en función de. ¿No? Eso empezó en las fábricas, salió de las fábricas y terminó colonizándolo todo. Hace poco salió en una una revista en Inglaterra en la tapa, era una revista para parejas, ¿no? Nada pornográfica, una revista común, con un titular que me paró en seco, y decía algo así como, ¿cómo provocar un orgasmo femenino en treinta segundos? Es como que incluso en la cama es ‘preparados, listos ya’. Para el tiempo, todo. Y yo ahora tengo una relación mucho más suave, más suelta con el tiempo, no llevo reloj, tengo el celular apagado.
Con el tiempo vas desarrollando un instinto por el tiempo. Soy muy puntual, vivo en Londres, tengo que serlo, por la puntualidad británica. Hay más margen acá en Argentina, obviamente, pero yo siempre, casi siempre, tengo una sensación del ahora. No me hace falta mirar, porque estoy estoy presente, estoy viviendo los momentos, y eso es como que hay un registro interno, un metrónomo o algo así interno, que me comunica, que me dice, ok, te falta, te queda tanto, y siempre estoy más o menos acertado, ¿no?
-Pasaron veintiún años desde que escribiste “Elogio de de la lentitud”. Si tuvieras que reescribir algún capítulo, digo, ahora con el cambio en la manera en la cual consumimos información, que vivimos diecisiete segundos, ¿qué capítulo reescribirías?
-Bueno, yo acabo de leerlo, porque estoy pensando ahora en escribir otro libro. Elogio de la lentitud dos. Y la filosofía, el credo básico, la idea, el concepto central de la lentitud, el slow, de hacer las cosas a la velocidad correcta, al temple justo, como dicen los músicos, de estar presente, de hacer una cosa a la vez. Eso no ha cambiado nada. El mensaje principal es igual. Lo que ha cambiado es el entorno, ¿no? Vivimos ahora rodeados de redes sociales, bombardeados por pantallas, por todos lados, y ahora con el boom y el auge de la IA. Eso es un cambio sísmico. Y es, de hecho, en este momento una caja negra: no sabemos bien hacia dónde vamos con todo esto. Así que yo había empezado a pensar en escribir Elogio de la lentitud dos el año pasado, pero con el con la llegada de la IA pensé ‘tengo que esperar un poquito’ para ver cómo decantan las cosas.
-¿Cómo qué?
-Claro, porque si no, de otra manera voy por este camino y resulta que la IA da otra. Pero yo creo que ahora, recién ahora, estamos empezando a ver un poco más la silueta del futuro cercano, así que ha llegado el momento de revisitar todo esto.
-¿Dónde trazás la la brecha entre lo que es lentitud sabia y pereza elegante?
-Pereza elegante, me gusta la expresión, ¿no? Me parece que son dos caras de la misma moneda.
-O sea, son complementarias.
-Sí, sí, van de la mano. Porque, claro, en esta cultura tan veloz hay un tabú muy fuerte y muy arraigado contra la lentitud. Lento es sinónimo de muchas cosas negativas, como estúpido, perezoso. En el peor sentido de la palabra. Pero lo que hace muy bien es decir ‘hay que reivindicar la lentitud y darle una vuelta’. Lentitud, ¿cómo era? ¿Pereza elegante, era? Sí, claro. Porque existen la mala lentitud y la buena lentitud. Yo para asistir a esta entrevista tuve que hacer, no sé, diez kilómetros, y he tardado más de una hora. El tránsito de Buenos Aires es un ejemplo enorme de la mala lentitud. Es un slow no feliz. Pero la idea un poco más hermosa y más revolucionaria es que existe la buena lentitud. Puedo llamarlo la lentitud sabia, la pereza elegante, es canalizar esa energía, esa corriente más lenta para vivir mejor, para trabajar mejor, para tener mejores relaciones afectivas, para forjar una sociedad más sana. Porque mucha gente llega a la lentitud a través de una óptica un poco individualista. A través de la lentitud voy a ser la mejor versión de mí mismo, que me parece fantástico y es así, ¿no? La lentitud te va a catalizar en todo, ¿no? Pero a mi modo de ver no es el fin del cuento. Tenemos que ir más allá. Hay un lindo proverbio que dice algo así como, si quieres ir rápido, ve solo. Si quieres ir lejos, vayan juntos. Y esto explica un poquito o subraya un poquito lo que es el movimiento Slow en el fondo. Es crear un mundo en el cual todos vamos conectados y vamos juntos hacia un futuro más brillante, más justo, más sano, etcétera. Así que yo, no sé, mucha gente empieza con una idea, ok, yo voy a ser mejor, pero es un trampolín, para mí, hacia algo más colectivo, más solidario.