Semana tras semanas, el avance del juicio por la causa Cuadernos viene colocando bajo un implacable reflector la trama de corrupción estatal más extensa y sistemática que se recuerde en el país.
Lo que durante años fue conocido por trascendidos o filtraciones de las declaraciones de los arrepentidos cuyos nombres pueblan la bitácora del chofer Oscar Centeno, su lectura oficial en el juicio que lleva adelante el Tribunal Oral Federal N° 7, presidido por los jueces Enrique Méndez Signori, Fernando Canero y Germán Castelli, pone en negro sobre blanco la magnitud del desfalco y la impunidad con que se manejaban los imputados. Se trata de confesiones formalizadas, verificadas y sometidas al proceso judicial más relevante en esta materia desde el retorno de la democracia.
Ante esa contundencia, suena tan falaz como desesperada la muletilla de Cristina Kirchner cuando se refiere a los cuadernos de Centeno como “truchos” o cuando asegura que los arrepentidos fueron “extorsionados” y hasta “torturados” para declarar en su contra. Si todo fuese una invención grotesca, ¿cómo explicar que tantos declarantes -exfuncionarios, empresarios, intermediarios- hayan narrado con coincidencias milimétricas nombres de protagonistas, fechas de traslados, bolsos, montos, direcciones y modus operandi? ¿Cómo justificar que personas provenientes de áreas tan distintas describan engranajes que encajan uno con otro como piezas de una maquinaria de relojería cuyo diseño no puede atribuirse al azar?
Personas provenientes de áreas bien distintas han descripto engranajes que encajan uno con otro como piezas de una maquinaria de relojería cuyo diseño es imposible de atribuir al azar
Las audiencias durante las que se produce la lectura de esos testimonios muestran con crudeza la arquitectura del sistema pergeñado desde lo más alto del poder. Centeno afirmó que en pleno mandato de la hoy expresidenta siguieron los viajes con bolsos cuyos detalles dejó plasmado en los cuadernos. Dijo, entre otras cosas, que “una vez por semana” partían hacia Olivos y que la entonces jefa del Estado se cruzaba desde su casa hacia el chalet donde se dejaba el dinero. El chofer describió un circuito que, después de la muerte de Néstor Kirchner simplemente cambió de frecuencia, pero que no desapareció.
La declaración de José López -el de los bolsos con millones de dólares, euros y joyas dejados “a resguardo” en un seudoconvento de General Rodríguez– fue también de lectura obligatoria en el tribunal. La ex mano derecha de Julio de Vido en el Ministerio de Planificación contó que durante años entregó entre 100.000 y 300.000 dólares por semana al secretario presidencial Daniel Muñoz, ya fallecido, y que en el departamento de Recoleta de Cristina Kirchner llegó a dejar una valija con “varios millones”, ingresada por la puerta principal. Explicó que, tras la muerte de Néstor Kirchner, fue convocado por la entonces mandataria, quien, según su relato, le dijo: “Podés ser parte del problema o de la solución”. Contó que fue él quien le explicó el mecanismo completo de recaudación, que ella “no dio instrucciones”, pero que De Vido le avisó que la recolección de dinero en efectivo debía retomarse.
Frente a la avalancha de pruebas irrefutables sobre el brutal robo al Estado, Cristina Kirchner intenta desconocer que las palabras de los arrepentidos son testimonios realizados bajo juramento, incorporados a un juicio oral, con control de partes, con actas, con lectura oficial ante decenas de imputados y un tribunal que no actúa en la penumbra, sino a la vista de todo el país
Claudio Uberti, quien estuvo a cargo del Órgano de Control de Concesiones Viales, por lo que se constituyó en otra pieza clave del sistema de recaudación que investiga la Justicia, fue otro de los arrepentidos que identificó viajes, movimiento de valijas repletas y entregas del dinero en Juncal y Uruguay, edificio de departamentos en Recoleta donde vivió Cristina Kirchner antes de mudarse a la que ahora es su prisión domiciliaria, en Constitución. Relató haber visto en una oportunidad tantas valijas listas para ser enviadas a Santa Cruz que Muñoz, con cinismo, le dijo que podría abrir “un negocio de valijas”. Se refirió también al papel de la expresidenta en negocios paralelos, a su temperamento avasallante y a cómo pedía “plata en blanco” para emprendimientos familiares. Son detalles demasiado específicos y reiterados entre arrepentidos como para atribuirlos a una conspiración.
El financista Ernesto Clarens, por su parte, admitió haber sido reclutado para convertir pesos en dólares y, luego, en euros de alta denominación porque físicamente ocupaban menos espacio que otro tipo de billete. Explicó cómo se organizaban las reuniones en la “Camarita” -como llamaban a la Cámara Argentina de Empresas Viales-, cómo se pactaban sobreprecios, cómo se distribuían retornos, y cómo, a pedido de la entonces presidenta, se direccionaban licitaciones o se auxiliaba financieramente a empresas amigas del poder. Clarens describió incluso la existencia de bóvedas en el sur del país y de vuelos oficiales que transportaban el dinero los viernes.
Frente a esta avalancha de pruebas irrefutables, Cristina Kirchner intenta reducir todo a un cuento mal contado. Parece desconocer -o intenta convencer de lo contrario- que las palabras de los arrepentidos son testimonios realizados bajo juramento, incorporados a un juicio oral, con control de partes, con actas, con lectura oficial ante decenas de imputados y un tribunal que no actúa en la penumbra, sino a la vista de todo el país.
El resultado del juicio oral por la causa cuadernos puede convertirse en un punto de inflexión. Es de esperar que este juicio sea la señal de que la impunidad no es eterna y que los culpables deben pagar por sus delitos
La magnitud del saqueo que se denuncia implica una responsabilidad institucional que no puede relativizarse, pues se está juzgando el uso del Estado como herramienta para recaudar ilegalmente, haber condicionado a empresarios, manipulado la obra pública -que en muchos casos ni siquiera se concretó a pesar de los pagos realizados a los contratistas- y financiado campañas políticas al margen de la ley.
Afortunadamente, la Justicia avanza aunque no todo lo veloz que sería de esperar. El resultado del juicio oral por la causa Cuadernos puede convertirse en un punto de inflexión. Un país serio se construye con instituciones que funcionan y con dirigentes que responden por sus actos. Urge llegar a un veredicto ejemplar para cerrar de una vez por todas el capítulo más oscuro y vergonzoso de corrupción sistemática de nuestra historia. Que este juicio sea la señal de que la impunidad no es eterna y que los culpables deben pagar por sus delitos.

