Llegó al Alto Valle en busca de nuevas oportunidades, pero con el tiempo dejó de lado su trabajo formal y eligió apostar por un camino distinto: se adentró en el mundo de la alimentación consciente e inició un emprendimiento de cocina viva.
De Esquina al Alto Valle: Patricia Molina y su apuesta por la cocina viva
“Básicamente hablamos de alimentación fisiológica, cuyos dos grandes pilares son la fermentación y la deshidratación”, explica Patricia. “Son técnicas ancestrales de conservación, presentes desde los orígenes de la humanidad. Lo que hago es deshidratar alimentos, quitarles el líquido para asegurar su conservación y evitar su descomposición natural.”
Desde su espacio de producción comunitaria en General Roca, Patricia trabaja junto a un grupo de mujeres con tres deshidratadores eléctricos. Allí elaboran una amplia variedad de productos: frutas, hortalizas y aromáticas transformadas en snacks naturales, sin aditivos ni conservantes.
“Deshidrato todo tipo de alimentos de origen vegetal. Muy pocos no se pueden deshidratar. Las frutas y verduras, por ejemplo, se transforman en insumos para otras preparaciones, cosmética o incluso perfumes. Es una actividad que todos podríamos hacer en casa, incluso con deshidratadores solares, que son sustentables y económicos.”
Patricia participó recientemente en un proyecto de desarrollo de deshidratadores solares autónomos, impulsado junto a un grupo de emprendedores locales. Aunque hoy está pausado, asegura que el objetivo es que cada hogar pueda contar con una herramienta así, para reducir el desperdicio de alimentos y fomentar la soberanía alimentaria.
“Si miramos la heladera, la mayoría de los alimentos duran apenas dos o tres días. Con la deshidratación, en cambio, podemos conservarlos durante meses, sin perder sabor ni nutrientes”, destaca.
De la formación al propósito
Su formación en cocina viva comenzó en Villa Las Rosas (Córdoba), en el Centro Depurativo dirigido por Néstor Palmetti, referente nacional en alimentación fisiológica. Más tarde continuó capacitándose en Bariloche junto a una bióloga especializada en fermentación.
Pero su acercamiento al tema tiene una historia más personal.
“En 2020, durante la pandemia, conviví con dos amigas, una de ellas recién llegada de Europa, apasionada por el mundo de los fermentos. Su influencia fue un despertar. Empezamos a experimentar con kombucha y otras preparaciones. Desde entonces, no paré más.”
Patricia asegura que su motivación principal es el bienestar y la libertad de elegir qué consumir:
“Para mí, la libertad empieza con lo que ponemos en el plato cada día. Saber cómo se elaboran los alimentos, tener el control del proceso, es fundamental. Hemos perdido ese vínculo que nuestros abuelos tenían con la tierra y el alimento.”
La experiencia del sabor
La cocina viva no solo busca conservar los nutrientes, sino también potenciar el sabor. Patricia explica que una simple manzana deshidratada puede ser una experiencia sensorial nueva:
“La fructuosa se concentra, los aromas se intensifican y al comerla sentís ese crunch que tanto gusta. Es como una golosina natural. Todo se potencia: sabor, textura y nutrientes.”
Su emprendimiento se llama Latido Raw, que en inglés significa Latido Crudo, una metáfora de su filosofía: mantener la vida en los alimentos.
Un proyecto con raíces y futuro
Aunque hace diez años que vive en el sur, Patricia no olvida sus raíces correntinas.
“Voy poco a Esquina, pero pronto estaré por allá. Me encantaría llevar este proyecto a mi ciudad. El potencial productivo que tiene el lugar es enorme, y trabajar con los alimentos locales sería maravilloso.”
Mientras tanto, continúa desarrollando su propuesta en el Alto Valle, convencida de que la alimentación consciente puede transformar la forma en que nos relacionamos con lo que comemos.
“Donde vivimos está todo lo que necesitamos para crecer. Solo hay que mirar alrededor y animarse a hacer algo con eso.”
📍 Podés seguir su trabajo en Instagram: @latidoraw

