Entre Nobel y tregua
La paz se hizo noticia dos veces esta semana: con un Nobel que premia el coraje civil de María Corina Machado y de todo un equipo que lucha por la democracia, y en Gaza, con un alto el fuego que promete tregua donde solo había ruinas. No es casualidad. La paz no depende de grandes acuerdos, sino de quienes deciden creer en ella cuando todo parece perdido. Esta semana vimos que la libertad se defiende con convicción y que incluso los conflictos más largos pueden abrirse a la tregua cuando alguien se atreve a declarar que la guerra debe terminar. La liberación de rehenes, tras más de 700 días de cautiverio, ha traído paz a familias, amigos y al mundo. La paz, la libertad y la convicción de esta semana muestran que lo imposible puede empezar a suceder.
Inés Gnecco
DNI 28.985.896
Votar hacia adelante
Para triunfar genuinamente en una elección, hay que ser propositivo. No puede ser suficiente solo la obsesión de frenar a una persona. Debe explicitarse claramente cuáles son las propuestas a cumplir y cuál es el camino hacia adelante para mejorar lo que hasta ahora se ha logrado construyendo sobre el enorme sacrificio ya realizado por el país sin dilapidarlo. Basta de bastardear la política como un negocio, basta de desconocer la honestidad, basta de buscar el indulto y de escudarse en los fueros, basta de lucrar con la pobreza, basta de impedir avanzar, basta de promover la inseguridad, basta de querer volver al pasado, basta de rifar nuestro futuro y el de nuestros hijos, basta de recurrir al infame relato, basta a quien no tiene propuestas, basta a quien se opone al cambio, basta al que no condena la corrupción, basta a la aceptación pasiva de la mentira y del engaño, basta a quienes, irresponsablemente, promueven la violencia.
El voto que responde a estos principios es un voto hacia el futuro y es el antídoto contra el veneno desestabilizante.
Eduardo Pizarro
arizorp@yahoo.com.ar
Un pacto para volver a confiar
Aristóteles decía que solo una mente educada puede entender una idea o un pensamiento diferentes al suyo sin la necesidad de aceptarlo, algo que el Presidente y los legisladores deberían practicar, porque la democracia es entender sin estar de acuerdo, escuchar sin insultar y convencer sin imponer. Una mente inteligente no se siente amenazada por ideas distintas, observa y piensa. Una democracia fuerte se basa en la capacidad de sus actores en poder vivir con lo contradictorio. Desde hace 70 años, en nuestra nación la dirigencia cavó cientos de trincheras dogmáticas sin importarle que tolerar el pensamiento ajeno es la esencia de la República y su Constitución. Así nos fue y de ello se aprovecharon los disfrazados de presuntos salvadores del país que no hace falta nombrar. Hoy las fuerzas políticas viven preocupadas sobre sus porcentajes de votos posibles en las elecciones. Deberían entender que el 100% de los argentinos deseamos las mismas cosas: un Estado de Derecho, educación, salud, vivir en paz, que los delincuentes vayan presos, invertir con confianza en el futuro. Así que después del 26 de octubre dejen de usar sus mentes estrechas para aplastar al otro como hasta ahora. Necesitamos buenos dirigentes para desenmascarar a los que aparentan serlo. Un Pacto de la Moncloa argentino para de verdad volver a confiar.
Matías Aníbal Rossi
matiasrossi2014@gmail.com
Candidatos
Una característica de la campaña electoral que está llegando a su fin es la unanimidad de propuestas. Se hace difícil determinar quién es quién, ya que los distintos candidatos tienen como principal argumento el ya famoso: “hay que frenar a Milei”. Luego proponen aumentar los salarios del Hospital Garrahan, las pensiones de los jubilados y defender la universidad pública. Como desde hace décadas, la izquierda clama por echar al FMI, y como novedad se presentan portando la bandera del Estado de Palestina. Nadie explica cómo generar empleo, riqueza, progreso. Cómo mejorar el sistema educativo que produce chicos de 10 o 12 años que no leen ni escriben. Estudiantes secundarios que finalizan sin comprender textos. En este punto deberían preocuparse, y opinar, por los casi 50 docentes que durante 5 años fueron sus maestros. Con precisión quirúrgica tienen la obligación de explicar cómo reformar el sistema tributario y adecuar las leyes laborales a la época de la inteligencia artificial. La respuesta es simple: no saben cómo hacerlo. Sobrevuelan los problemas, no bajan a la tierra y no caminan por las calles del país. Carecen de ideas. El peluquero que tan bien representaba Fidel Pintos, dirigiéndose al público y en referencia a otro actor que participaba en el sketch, cerraba diciendo: “charlatán”. Millones de argentinos cierran de igual manera, luego de escuchar, ver o leer a los mediocres candidatos que van a participar en las elecciones del 26 de octubre.
Gabriel C. Varela
DNI 4.541.802
Ser madre hoy
Parir es simple, ser madre es lo difícil. Porque si bien es cierto que una mujer mucho tiempo antes de estar embarazada y luego parir ya piensa en cómo será atender al ser humano que traerá a este mundo, a un mundo donde las reglas de juego ya no son las mismas que las de la época de su madre hoy ser madre significa también pensar como padre, porque los valores morales se han trastocado en todos los sentidos y entonces esta nueva madre debe estar preparada también para ser un buen padre. Resulta que en este manicomio de sociedad actual los roles son cambiantes, como también los sexos. Entonces, si bien es cierto que madre hay una sola, también es cierto que sexos hay varios. Pero insisto: qué grado de valía por parte de la mujer de hoy al decidirse a ser madre y al enfrentarse con la crianza de su hijo en una sociedad que vive de contramano a las sociedades que vivieron nuestras abuelas y madres. Quiero decirles que no aflojen y den el ejemplo, que también se puede; de la misma manera que un buen padre, deben pensar como una buena madre. A pesar de la adversidad, les digo a ustedes, mujeres jóvenes, estudiantes de la ley, la construcción, el comercio, amas de casa, etc.: mujer, bendito sea el fruto de tu vientre.
Muy feliz día.
Armando Torres Arrabal
arjt@hotmail.com
Populismo
En la Argentina, el voto populista no responde a la memoria histórica, sino a una ingeniería emocional que convierte la dependencia en lealtad. Es una especie de “síndrome de Estocolmo electoral”, que describe cómo un movimiento político, corroído por la corrupción y la mala gestión, sigue siendo percibido como refugio. No es magia: es psicología social en estado puro. El Estado, en su versión populista, no arbitra: protege. Promete subsidios, empleo público y relato. A cambio, exige fidelidad. La lógica es brutal: si el Estado me da, lo defiendo, aunque robe. Así, la corrupción se naturaliza, el clientelismo reemplaza a la justicia y la narrativa suplanta la realidad. La disonancia cognitiva hace el resto: “todos roban, pero estos reparten”. El votante defiende a su captor político para no enfrentar el dolor del engaño. El kirchnerismo, en particular, domina el terreno simbólico: victimismo, épica y propaganda. En provincias con pobreza estructural, el voto no se compra: se alquila, indefinidamente. Los ataques externos refuerzan la polarización. La pandemia mostró una moral selectiva: negligencias y corrupción graves fueron toleradas porque “el Estado me da”. La política dejó de ser disputa de ideas para convertirse en guerra de identidades. El populismo no infecta: refleja desigualdad, instituciones débiles y elites que blindan privilegios. La ilusión se sostiene con una base fiscal estrecha: se extrae de pocos para distribuir a muchos. Pero la cuenta no cierra. Se financia con promesas incumplidas y enemigos imaginarios. Es una competencia de relatos imposibles que excluye al ciudadano común y erosiona la productividad. Cuando la ilusión se agota, el populismo enfrenta su dilema: moderar o radicalizar. A veces deriva en autoritarismo. La pregunta no es por qué se vota populismo, sino por qué se lo sigue eligiendo sabiendo sus consecuencias. Porque ofrece lo que la política tradicional no: pertenencia y reparación, aunque sean ficticias. Mientras Europa, destruida hasta los cimientos por la Segunda Guerra Mundial, reconstruyó con menos, la Argentina profundiza su decadencia con más. El populismo no planifica ni invierte: simula y distribuye. Cuando el recurso se agota, queda el vacío institucional, la economía estancada y el resentimiento social. El populismo nunca termina bien. La pregunta es si esta vez aprenderemos la lección.
Jorge López Airaghi
lopezairaghi@gmail.com