Después de más de 25 años sin poder entrar al agua, Stephen Bell, un hombre de Estados Unidos que quedó paralizado desde la cintura hacia abajo a los 22 años, volvió a sentir el océano gracias a su hijo Garreth, quien hoy es fisioterapeuta. La experiencia fue parte de una jornada de playa adaptada para personas con discapacidad.
La decisión de Garreth de dedicarse a la fisioterapia no fue casual. Cuando era niño, en una tarea escolar, definió a su padre como su héroe y escribió que quería “ser alguien que pueda hacer algo al respecto para que otros no pasen por lo mismo”. Ese deseo marcó su camino: estudió en la Universidad de Miami y se especializó en ayudar a personas con movilidad reducida.
Con los años, ese compromiso se transformó en vocación. Ahora, Garreth impulsa jornadas de inclusión en playas estadounidenses para que aquellos con alguna discapacidad puedan disfrutar del mar de forma segura. En una de ellas, decidió cumplir un sueño pendiente: llevar a su padre al agua.
“Tuvieron que evitar que me lanzara de la silla y me pusiera a nadar”, contó Stephen en diálogo con CBS. “Fue como el cielo para mí”, agregó. Aquel momento no solo significó reencontrarse con una sensación perdida, sino también compartir un logro profundamente simbólico junto a su hijo, quien lo acompañó durante todo el proceso.
La escena quedó grabada en la memoria de ambos. “Apenas la primera ola lo salpicó, vi probablemente la sonrisa más grande que había visto en su cara en toda mi vida”, recordó Garreth sobre el instante en que su padre experimentó nuevamente la sensación de entrar al océano.
Desde aquel día, Stephen pudo volver varias veces a la playa y asegura que la empatía de su hijo es lo que más lo conmueve.
Al ser consultado respecto de las palabras de su hijo, cuando en la escuela lo llamó “su héroe”, se emocionó: “Cuando lo leí, me sentí comprendido por primera vez en mucho tiempo. Fue como si entendiera por lo que había pasado y cómo luchaba a diario para seguir manteniendo a nuestra familia a pesar de las circunstancias”.
Stephen quedó paralizado tras un accidente vascular en la columna ocurrido en 1992, cuando tenía tan solo 22 años, antes del nacimiento de Garreth. Tras meses de rehabilitación con diversos especialistas de la salud, aprendió a adaptarse a su nueva vida.
Décadas después, su hijo Garreth convirtió ese ejemplo en una inspiración para su carrera profesional. “Él me enseñó a ser un hombre. Fue mi modelo a seguir cuando era chico, y todavía lo es”, comentó orgulloso.
Esa relación, marcada por el amor, la resiliencia y el esfuerzo, tuvo su punto más alto cuando Stephen pudo volver a sentir el mar. Un padre que aprendió a vivir de nuevo y un hijo que hizo posible que su héroe volviera a sentir el océano.

