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En los últimos dos años, la palabra COVID-19 probablemente ha sido la palabra más “googleada” de nuestra realidad. Nos hemos convertido en expertos epidemiólogos, sanitarios, gerontólogos, futurólogos y, sobre todo, opinólogos. Incorporamos más nociones de medicina y microbiología de lo que alguna vez imaginamos que aprenderíamos en toda nuestra vida. Pero, ¿no nos está quedando algo en el tintero? ¿Aprendimos realmente la lección de la pandemia?
Lobos marinos descansando en las calles de Mar del Plata, delfines paseando por los canales de Venecia, jabalíes deambulando por el centro de Barcelona. ¡Algo estaba pasando! Y es que las barreras que habíamos creado con la naturaleza se habían quebrado. El humano se ausentó de las ciudades y la naturaleza recuperó lo que era suyo como si hubiera estado esperando, paciente, que el hombre se apagara para poder reivindicar su lugar. Hoy, después de dos años de pandemia, la pregunta que deberíamos hacernos es: ¿somos realmente tan importantes para el planeta como pensamos? ¿podría la Tierra seguir sin nosotros? Sí. Seguramente lo haría, es la respuesta que todos intuimos.
Hagamos un acto de humildad. Revisemos qué está pasando. Porque confieso que lo que más me asusta en estos momentos es escuchar decir a las personas (lideradas por los poderes políticos de turno y la opinión pública) que no ven la hora de volver a la “normalidad”. ¿Alguien se ha preguntado a dónde nos está llevando esta normalidad? Una “normalidad” de comprar más sin saber qué ni para qué. Una normalidad de desperdicio de lo esencial y acumulación de lo banal. Algunos dicen que la culpa es de los malos manejos de los mercados de Wuhan. Otros, que fue un virus creado en un laboratorio y soltado a la población deliberadamente. Lo cierto es que no lo sabremos nunca. Y hay que aprender a vivir con eso. Pero, sí podemos encontrar muchas certezas en medio de tanta incertidumbre. La ciencia nos está diciendo que no vamos por buen camino (claro, si queremos perdurar en la Tierra). La naturaleza nos lo está gritando en la cara. Sequías, incendios excepcionales, extinción de especies, olas de extremo calor e inundaciones, tornados donde nunca los hubo, etc., etc., etc. Y cuanto más fuerte nos grita, menos la escuchamos. Veamos: los virus zoonóticos son aquellos que se transmiten de animales a personas. Hoy se sabe con certeza dónde y qué factores llevan a un mayor riesgo de que se produzcan brotes de estos virus. Uno de esos factores es la proximidad hombre-animal silvestre. El mayor contacto entre el hombre y los animales silvestres ocurre por la constante y creciente invasión de los hábitats naturales por el hombre. La conversión en aumento de tierras para la agricultura y cría de ganado, la expansión urbana y otras actividades antrópicas, destruyen, fragmentan los hábitats naturales. Hacen que el hombre se encuentre cada vez más cerca de los animales. Los bosques tropicales, hogar de la mayoría de especies silvestres, están cada vez más degradados por la deforestación intensiva. Esto altera los ecosistemas naturales. Así, algunas especies se desplazan de su zona habitual o presentan nuevos comportamientos que en situaciones naturales nunca se producirían. Estos desarreglos crean el ambiente propicio para el paso de virus animales al humano y la mutación de enfermedades.
La expansión de la agricultura sobre tierras dominadas por palmeras datileras se cree fue el origen de la migración del virus de la gripe porcina al hombre. El murciélago que habitaba en ellas vio amenazado su hábitat y comenzó a desplazarse y tener más contacto con el ganado porcino. Pero no es el único ejemplo. En la historia, podemos encontrar muchos.
A todo lo anterior, podemos sumar los precarios sistemas alimentarios que se desarrollan en algunos lugares del mundo y el comercio ilegal de especies silvestres. El comercio y los mercados de animales son un factor clave en el surgimiento de nuevas epidemias. Algunas fuentes declaran que cada año se descubren entre dos y cinco nuevos virus zoonóticos en el mundo: ¿coincidencia o consecuencia? A medida que pasan los días, los meses, las oportunidades, estaría bien plantearnos si queremos ser víctimas de nuestros propios actos. Seguir pensando que somos lo más importante en el planeta y que la Tierra no podría existir sin nosotros, o darnos cuenta de que nosotros no podríamos existir sin la Tierra. Y entender que, quizás, se nos vaya la vida en esto.
Imagen libre de derechos de autor (de Pixabay.com)
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