Leandro Alem, anoticiado de la reunión concretada por Bartolomé Mitre con Julio Argentino Roca y Carlos Pellegrini traicionando los postulados de la Unión Cívica y la lucha de la Revolución del 90 contra el régimen oligárquico, pronuncia la famosa frase: «Yo no acepto el acuerdo, soy radical en contra del acuerdo, soy radical intransigente».
Ese 26 de Junio de 1891 se convoca al Comité Nacional que Alem presidía e integraban, entre otros, Aristóbulo del Valle, Elpidio González, Lisandro de la Torre, y los futuros presidentes de la Nación Hipólito Yrigoyen y Marcelo T. de Alvear. Se ratifica la aspiración por lograr establecer los derechos políticos de las grandes mayorías, excluidas de la participación política a través del fraude, y Alem define a la UCR como «la causa de los desposeídos».
La Convención Nacional, reunida el 2 de Julio, ratificará todo lo actuado por el Comité Nacional de la UCR.
Hoy, 133 años después, cabe dejar en claro una vez más que el radicalismo nació para representar a los sectores más vulnerables de la sociedad, muchos de ellos inmigrantes e hijos de inmigrantes, que luchaban por transformar una sociedad dominada por los sectores conservadores y privilegiados, que impedían la concreción de esas aspiraciones populares apelando al fraude y la represión.
A ese poder oligárquico, que denominaba a la UCR como «la chusma radical», se enfrentó hasta obligar a la sanción de la Ley Sáenz Peña que consagra el sufragio universal y secreto masculino. Es importante destacar que el radicalismo fue el primer partido político argentino en presentar un proyecto de ley de voto femenino, en 1919, que no prosperó por la oposición de la mayoría conservadora en el Congreso Nacional.
Habría que esperar hasta 1947, cuando el peronismo en el poder consagrara finalmente ese derecho. Ese peronismo, nacido en la jornada popular del 17 de octubre y definido magistralmente por Crisólogo Larralde, aquel emblemático dirigente radical nacido en Quilmes, autor del artículo 14 bis de la Constitución Nacional, cuando parado en una esquina junto a un puñado de militantes de la Juventud Radical, al ver pasar las columnas de trabajadores les dijo: «No se equivoquen. Ahí van nuestros hermanos».
El 10 de diciembre de 1983, en su discurso de asunción como Presidente, Raúl Alfonsín nos desafió a seguir un camino inexorable, cuando afirmó que «Vamos a luchar por un Estado independiente».
Hemos dicho que esto significa que el Estado no puede subordinarse a poderes extranjeros, no puede subordinarse a los grupos financieros internacionales, pero que tampoco puede subordinarse a los privilegiados locales.
La propiedad privada cumple un papel importante en el desarrollo de los pueblos, pero el Estado no puede ser propiedad privada de los sectores económicamente poderosos. Las oligarquías tienden siempre a pensar que los dueños de las empresas o del dinero tienen que ser los dueños del Estado. Ya vimos eso una vez más en los últimos años.
Otros, a su vez, piensan que el Estado debe ser el dueño de todas las empresas. Nosotros creemos que el Estado debe ser independiente: ni propiedad de los ricos, ni propietario único de los mecanismos de producción».
Más adelante, ya nuevamente en el llano, el mismo Raúl Alfonsín nos enseñó que «Si la sociedad se hubiese derechizado, lo que la UCR debe hacer es prepararse para perder elecciones, pero nunca hacerse conservadora».
Los principios ideológicos y doctrinarios fundacionales de la UCR inspiraron y alentaron a generaciones enteras a luchar por la república, la democracia, la libertad, la igualdad y los derechos humanos. Hay quienes, a 132 años de la creación del radicalismo, seguimos pensando igual y siendo los mismos.