Corría octubre de 2022. Colo Colo avanzaba rumbo al título del campeonato chileno. Su técnico era un argentino nacionalizado boliviano, Gustavo Quinteros, cuya única experiencia como entrenador en nuestro país había sido un lejano y breve paso por San Martín de San Juan en la B Nacional, allá por 2007. Sin embargo, los ecos de sus méritos hacía rato que sonaban a este lado de la cordillera: campeón con tres clubes diferentes en Bolivia, con Emelec en Ecuador, técnico con resultados aceptables en las selecciones de estos dos países.
Así, no resultó extraño que a las por entonces flamantes autoridades de Independiente les pareciera el hombre más indicado para sustituir a Julio César Falcioni, que tenía contrato en vigor, pero a quien Fabián Doman, el nuevo presidente, había sentenciado en la campaña previa: “El gusto de nuestros hinchas sobre cómo debe jugar el equipo no es como el suyo”. El momento del club era caótico. Mal en lo deportivo, fuera de las copas internacionales, inhibido para sumar jugadores a un plantel con demasiadas carencias, el Rojo distaba mucho de ser una manzana tentadora para un entrenador con pretensiones acordes a sus galones. Acabaría llegando Leandro Stillitano, su número dos.
Septiembre de 2025. Algo más ordenado en lo institucional, al menos en apariencia, pero en medio del tsunami desatado por el partido de Copa Sudamericana ante Universidad de Chile, e inmerso en una sorprendente crisis de juego y resultados, Independiente cumple con uno de los karmas que lo persiguen en los últimos tiempos: no logra completar un año calendario -de enero a diciembre- con la misma persona al frente del plantel.
La derrota del sábado pasado ante Banfield fue la gota que colmó el vaso de Julio Vaccari, el puesto de entrenador quedó vacante, y la comisión directiva decidió volver a fojas cero. Buscar a Gustavo Quinteros, que en esta ocasión descansaba en Miami luego de su despedida de Gremio de Porto Alegre en abril de este año. El acuerdo llegó muy rápido, el técnico nacido hace 60 años en Cafferata, Santa Fe, pidió unos días para armar las valijas y acomodar sus cosas. Y este viernes a la noche rubricó el contrato hasta diciembre de 2026 y se presentó ante el plantel.
El domingo estará mirando el partido de sus nuevos dirigidos frente a San Lorenzo -se harán cargo interinamente Carlos Matheu y Eduardo Tuzzio, entrenadores de la reserva-, y una semana más tarde estrenará el buzo del Rey de Copas en el clásico ante Racing.
“Después de ganar el título con Vélez [diciembre de 2024] mi intención era quedarme en la Argentina. No se pudo”, confesó en junio pasado Quinteros en una entrevista con LA NACION. Su nombre sonaba en Chile y Perú como candidato para capitanear la nueva etapa de una de las dos peores selecciones en las eliminatorias al Mundial que acaban de finalizar. Pero recibió el llamado de Independiente, y no pudo negarse.
“A mí generalmente me llaman equipos en problemas, estoy acostumbrado. Siempre que voy a un lugar agarro a un equipo destruido. Colo Colo peleaba el descenso. Cuando llegué a Bolívar llevaba seis años sin ganar nada. Tijuana venía de salir 15º. Gremio había terminado 14° en 2024 y estuvo cerca de irse a la Serie B. Vélez se había salvado del descenso y empezamos desde abajo”, comentaba en la misma charla, casi como anticipando lo que ocurriría solo tres meses después.
Pocos entrenadores pueden enseñar un currículum con más laureles que Gustavo Quinteros. Ganó 13 títulos en cuatro países diferentes y sus estadísticas resultan apabullantes. Dirigió 774 partidos, en 12 clubes y dos equipos nacionales, con 389 triunfos, 203 derrotas y un saldo de 58,1 por ciento de eficacia. Por supuesto, no siempre le fue bien. Fue tempestuosa su salida de Ecuador en 2018, pasó sin dejar huella por el fútbol de la península arábiga (en Al-Nassr de Arabia Saudí y Al-Wasl de Emiratos), y resultó decepcionante su experiencia con Gremio este mismo año, pero sin duda, los éxitos superan por mucho a los golpes.
De todos ellos, sin duda el logrado con Vélez es el más recordado. Por reciente y por el significado que tenía para el técnico santafesino ser profeta en su tierra. El recuerdo todavía fresco del juego desarrollado por el Fortín el año pasado es válido para desgranar un poco la idea de fútbol de Quinteros y, tal vez, imaginar en qué medida podría repetir el éxito en Independiente, con la salvedad de que no hay dos futbolistas ni dos planteles iguales.
El equipo de Liniers se paraba con un 4-2-3-1 asentado sobre la solidez que le daban en el fondo Tomás Marchiori en el arco, y Emanuel Mammana y Valentín Gómez como centrales. Por el lado de Avellaneda no debería ser muy diferente con Rodrigo Rey, Kevin Lomónaco y Sebastián Valdez. Del mismo modo, podrá elegir entre Iván Marcone, Felipe Loyola, Rodrigo Fernández Cedrés y Pablo Galdames para armar el doble cinco que en el José Amalfitani integraban Agustín Bouzat y Christian Ordóñez. Para el lugar que ocupaba en el engranaje Claudio Aquino –“Un fenómeno para cambiar de frente y dejar uno contra uno al puntero del otro lado de donde venía la jugada”, según palabras del propio Quinteros- tiene a Luciano Cabral, Lautaro Millán y circunstancialmente también a Loyola. Es a partir de este punto donde surgen las mayores diferencias.
“A mí me gusta jugar con extremos que gambeteen y se dupliquen con los laterales en ataque”, define el técnico cuando describe el estilo que prefiere, y en esos cuatro puestos el actual Independiente no posee tantas respuestas. Federico Vera, más firme en defensa, y Leonardo Godoy, más incisivo en la ofensiva, no rinden al mismo nivel que tuvo hasta su lesión Joaquín García como lateral derecho; y Facundo Zabala, todavía en período de adaptación, es por ahora menos de lo que fue Elías Gómez. Del mismo modo que Walter Mazzantti, Matías Abaldo, Diego Tarzia o Santiago Montiel no tienen la incidencia en ataque de Thiago Fernández, jugador cuya ausencia le complicó la recta final al Fortín; ni las cifras de goles y asistencias que sumó Francisco Pizzini. El centrodelantero es otro factor distintivo. Con 18 tantos, Braian Romero fue un artillero certero, además de un 9 de mucha movilidad y velocidad. No son estas las mayores cualidades Gabriel Ávalos, y aún no comenzó a enseñar las suyas Ignacio Pussetto.
“Me interesa mucho estar en Independiente”, afirmó Quinteros no bien pisó Ezeiza, proveniente de Miami, donde estaba de vacaciones. Y agregó: “El objetivo siempre, de mi parte, es agarrar un club grande con aspiraciones para pelear el título, para pelear y ganar títulos, y clasificar a copas. Eso es lo más importante para mí. Son los objetivos que tengo como profesional. Por eso Independiente es un club grande, muy grande, que tal vez no está en su mejor momento, que hace algunos años que no puede conseguir títulos a nivel local. Así que para mí es una gran motivación”.
Admirador de entrenadores tan diversos como Arrigo Sacchi, Pep Guardiola, Marcelo Bielsa, Jürgen Klopp o José Omar Pastoriza, Gustavo Quinteros asume las riendas de otro plantel al que debe ayudar a levantarse. Lo hace conociendo lo que tiene en el vestuario. También lo que le falta, incluyendo el tiempo. “Necesito más o menos dos meses para que un equipo comience a plasmar mi idea de juego”, dice, pero en este caso tendrá que ir más rápido. A Independiente le urge levantar la puntería para entrar en la fase final del Clausura y en una copa internacional en 2026; el hincha anhela abrazarse a alguna ilusión. Tal vez por eso, los dirigentes decidieron retroceder el almanaque tres años y volver a fojas cero.