Por Maximiliano Ripani. Experto en ciberseguridad de ZMA IT Solutions (www.zma.la)
En la vida de cualquier pyme los días suelen ser intensos y no faltan imprevistos: un proveedor que no entrega a tiempo, un cliente que demora el pago, una máquina que se rompe justo en el momento menos esperado o una nueva reglamentación que obliga a adaptar procesos de un día para el otro. Pero de todas las sorpresas que un empresario puede enfrentar, pocas resultan tan descolocantes como descubrir que la empresa fue víctima de un hackeo. No importa si se trata de un estudio contable, una ferretería, un local de indumentaria o una pequeña empresa de servicios tecnológicos, el impacto es inmediato y brutal. El dueño, los empleados y hasta los clientes quedan atrapados en la misma pregunta cargada de urgencia y desconcierto: “me hackearon, ¿qué hago ahora?”.
La primera reacción suele ser la incredulidad. Muchos emprendedores todavía creen que los ataques informáticos son cosa de multinacionales o bancos y que en una empresa chica no tienen nada que robar. Sin embargo, la realidad demuestra lo contrario. Los ciberdelincuentes no discriminan por tamaño ni por rubro, lanzan ataques masivos y automáticos que recorren Internet en busca de vulnerabilidades, y si encuentran una puerta abierta, entran sin dudarlo. Es así de simple, una pyme con cinco empleados y recursos limitados puede ser un blanco tan atractivo como una corporación de miles de trabajadores, porque lo que les interesa a los atacantes no es la fama de la víctima, sino la facilidad de acceder a datos, dinero o información que pueda ser usada para extorsionar.
Imaginemos por un momento a un taller mecánico de barrio que lleva sus cuentas en una computadora vieja, donde guarda las facturas, los presupuestos y hasta la lista de clientes con sus datos de contacto. Un día, al intentar abrir esos archivos, aparece un mensaje en inglés mal traducido que informa que todos los documentos fueron encriptados y que solo pagando un rescate en criptomonedas se podrán recuperar. De repente, el trabajo de años queda bloqueado detrás de una pantalla. El dueño pasa de la sorpresa a la angustia en segundos, no puede emitir facturas, no sabe cómo contactar a algunos clientes y siente que el negocio se paraliza.
Ese es el escenario típico de un ataque de ransomware, cada vez más común y más dañino. Otro caso frecuente es el de un pequeño comercio electrónico que opera a través de redes sociales y una tienda online. Una mañana, al intentar ingresar a su cuenta de Instagram, descubre que ya no reconoce la contraseña. El perfil fue tomado por delincuentes que cambian el correo de recuperación y comienzan a enviar mensajes falsos a los seguidores, ofreciendo supuestas promociones o links de pago que en realidad dirigen a páginas fraudulentas.
En cuestión de horas, la reputación construida durante años se desploma. Los clientes empiezan a llamar para preguntar si las ofertas son reales, otros caen en la trampa y pierden dinero, y la marca queda asociada a un engaño que nunca ideó. Recuperar la cuenta puede tardar días y en el mientras tanto las ventas caen a cero.
En un estudio contable, el ataque puede adoptar otra forma, un correo aparentemente enviado por un cliente pide actualizar un CBU para una transferencia. El mail parece legítimo, incluso con la misma firma y estilo de escritura. El contador, sin desconfiar, carga los nuevos datos en el sistema bancario y realiza el pago. Al rato descubre que el destinatario era un delincuente y que el dinero se transfirió a una cuenta de “mulas” que lo redireccionaron al exterior. La pérdida es doble, por un lado la financiera, por otro el daño en la relación con el cliente real, que espera un pago que nunca recibió. Este tipo de fraude, basado en la ingeniería social, es uno de los que más creció en los últimos años porque no requiere vulnerar sistemas complejos. Alcanza con manipular a las personas.
Y también están los casos menos visibles, aquellos en los que algo “raro” empieza a pasar sin que nadie lo note de inmediato. Una pyme de servicios profesionales observa que sus equipos funcionan cada vez más lentos, que los correos de sus empleados terminan en las bandejas de spam de los clientes y que algunos archivos desaparecen misteriosamente de las carpetas compartidas. Al principio se piensa en problemas técnicos, pero en realidad se trata de una intrusión silenciosa: alguien logró acceso a la red interna y está usando la infraestructura para enviar correos masivos, extraer información y preparar un ataque más grande. Estas intrusiones suelen ser las más peligrosas porque se extienden en el tiempo y cuando finalmente se detectan ya provocaron daños difíciles de revertir.
En todos estos escenarios la pregunta vuelve a aparecer, ¿qué hacer ahora? El primer paso es aceptar que el problema es real y que no va a desaparecer por sí solo. Reiniciar las computadoras o esperar a que el error se resuelva no es una estrategia, al contrario, solo da más tiempo al atacante para profundizar su acción. Lo inmediato es contener, aislar, cortar la propagación. Desconectar los equipos comprometidos de la red, suspender accesos sospechosos, cambiar contraseñas desde dispositivos no afectados. Cada minuto que se gana en este sentido es vital para limitar el alcance del ataque.
La siguiente etapa es comprender la magnitud del daño. ¿Se trata de una sola máquina afectada o de todo el sistema? ¿El ataque impactó en los archivos internos o también en la nube, en los correos, en los servicios financieros? ¿Hay clientes involucrados o solo datos internos? Esa evaluación inicial, aunque no sea perfecta, ayuda a definir los pasos siguientes. En un ransomware, por ejemplo, el eje estará en verificar la existencia de copias de seguridad confiables. Si existen y están a salvo, se puede restaurar la operación sin pagar rescates. Si no existen, la situación es más compleja y muchas veces implica asumir pérdidas significativas.
En un fraude bancario, la velocidad de la reacción es lo que puede marcar la diferencia entre recuperar parte del dinero o resignarse a perderlo. Contactar al banco de inmediato, bloquear cuentas, denunciar en la UFECI son acciones que, si se hacen a tiempo, pueden frenar el drenaje de fondos. En el caso de redes sociales, iniciar reclamos en las plataformas y avisar rápidamente a los clientes que hubo un robo de cuenta es crucial para no dañar irreversiblemente la imagen del negocio. Y en filtraciones de datos, lo esencial es ser transparente, notificar a los afectados y demostrar que se están tomando medidas serias para corregir la vulnerabilidad.
En paralelo, es fundamental documentar lo ocurrido. Anotar horarios, guardar capturas de pantalla, registrar mensajes. No solo porque eso ayuda a las investigaciones oficiales, sino también porque permite a la propia empresa entender qué pasó y aprender para el futuro. El hackeo debe convertirse en una experiencia que fortalezca la seguridad de la pyme, no en un episodio traumático que se intente olvidar sin haber sacado enseñanzas.
Aquí aparece la diferencia entre una reacción improvisada y una respuesta preparada. Una pyme que ya tenía políticas claras, protocolos definidos y herramientas implementadas encara la crisis con más orden y eficiencia. Si los empleados están capacitados para detectar correos sospechosos, si el doble factor de autenticación está activado en los accesos críticos, si las actualizaciones de software y los parches de seguridad se aplican de manera sistemática, la probabilidad de caer en un hackeo disminuye. Y si igualmente ocurre, el impacto es menor y la recuperación más rápida.
En este punto entran en juego soluciones tecnológicas que ya no son exclusivas de las grandes corporaciones. ESET, a través de ESET PROTECT, ofrece una plataforma integral que protege contra ransomware, gestiona antivirus de nueva generación, controla dispositivos y permite administrar todos los equipos desde una consola central. ManageEngine, con productos como Endpoint Central y Log360, ayuda a automatizar actualizaciones, gestionar parches y auditar accesos, lo que evita que credenciales robadas o fallas conocidas se conviertan en la puerta de entrada de un atacante. Y Stellar Cyber, con su enfoque de Open XDR, brinda visibilidad completa de la red y permite detectar patrones anómalos que, de otro modo, pasarían desapercibidos. La combinación de estas herramientas no solo aporta prevención, sino también capacidad de detección y respuesta, que es exactamente lo que una pyme necesita cuando ya fue hackeada.
No hacer nada nunca es una opción inocua. Una empresa que decide ignorar la ciberseguridad no está ahorrando dinero, está acumulando riesgos que tarde o temprano se traducen en pérdidas. En la Argentina, donde muchas pymes trabajan con márgenes ajustados, un ataque puede ser la diferencia entre seguir funcionando o tener que cerrar. Y aunque la tentación sea pensar “a mí no me va a pasar”, la experiencia demuestra que cada vez son más los casos que terminan en esa misma pregunta desesperada: “¿qué hago ahora?”.
La respuesta, entonces, combina reacción y prevención. Reaccionar rápido para contener el ataque, minimizar el daño y comunicar con transparencia. Prevenir para que, si vuelve a ocurrir, la pyme esté mejor preparada y pueda salir adelante con menos impacto. La ciberseguridad no puede quedar en manos del “chico de sistemas” o de un sobrino que sabe de computadoras, debe ser una decisión de dirección, porque afecta a la facturación, a la relación con los clientes y a la propia existencia del negocio.
Al final del día, blindar una empresa contra ciberataques no significa gastar fortunas ni vivir paranoico, sino incorporar hábitos básicos con disciplina, cerrar accesos cuando no se usan, aplicar actualizaciones, usar contraseñas fuertes, hacer respaldos confiables, activar autenticaciones dobles y apoyarse en soluciones tecnológicas accesibles que permiten tener control y visibilidad. Igual que nadie dejaría la persiana levantada durante la noche o entregaría mercadería cara sin cobrar una seña, nadie debería operar una pyme sin pensar en la seguridad digital.
Ser hackeado duele, genera miedo e incertidumbre, pero también puede convertirse en el impulso necesario para cambiar la cultura de la empresa y entender que la ciberseguridad no es un lujo ni un accesorio, sino un requisito para seguir en pie. En un país donde la resiliencia es parte del ADN de las pymes, enfrentar un hackeo y superarlo es otra muestra más de la capacidad de adaptación que distingue a los emprendedores argentinos. La diferencia está en aprender de la experiencia, tomar medidas concretas y no volver a quedar igual de expuesto. Porque en la economía digital de hoy, los datos valen tanto como el efectivo en la caja, y cuidarlos es tan vital como cerrar con llave la puerta del negocio cada noche.

