Por Leonardo J. Glikin. Fundador de Grupos Estim (www.estimgroups.com)
En los últimos años se ha vuelto evidente que los jóvenes herederos de empresas familiares cargan con una mochila que pocas veces se explicita: deben crecer en medio de la historia, las expectativas y las tensiones de su propia familia. No se trata solamente de aprender la técnica de los negocios, sino de comprender cuál es su lugar en un entramado de afectos y decisiones que marcará su futuro.
Por eso, no es lo mismo dar una charla en una universidad que conversar con los jóvenes que integran los Grupos Estim. Allí no vienen a buscar definiciones académicas, sino a entender mejor la historia de sus familias, las conductas de sus padres y tíos, y el sentido de las decisiones que muchas veces los sorprenden o los inquietan.
En ese clima comparto con ellos los cinco modelos de traspaso generacional: integrativo, representativo, selectivo, refundacional y transaccional. No son etiquetas rígidas, sino formas de organización que ayudan a poner en palabras lo que hasta entonces se vivía en silencio.
Lo más interesante ocurre cuando empiezan a reconocerse. Una chica de 19 años, por ejemplo, me dijo: “Lo nuestro es clarísimo: papá piensa en un modelo refundacional, y yo nunca lo había visto así”. Otro joven comentó entre risas: “¡Ahora entiendo por qué las sobremesas se vuelven discusiones interminables!”. El descubrimiento no es teórico: es emocional. Comprenden que las tensiones no son caprichos de sus padres, sino parte de dinámicas que se repiten en muchas familias empresarias.
El intercambio se vuelve espontáneo: se ríen, se interrumpen, se hacen preguntas. Y al final, cada uno se lleva algo más que un esquema mental: se lleva una clave para leer su propia historia. En ese espejo compartido, descubren que el verdadero legado no son solo acciones o cargos, sino también la manera de pensar el futuro juntos.
Los grupos de jóvenes cumplen así una función silenciosa pero fundamental: ofrecer un espacio donde puedan comprender, dialogar y proyectar. Allí ensayan la libertad de opinar, el valor de escuchar a otros y la posibilidad de imaginar su rol más allá de la herencia recibida.
En un país donde la incertidumbre golpea fuerte y las empresas familiares son el motor de la economía, brindar a los hijos un ámbito para reflexionar sobre su destino no es un lujo: es una necesidad cultural. Si el futuro de las empresas depende de la próxima generación, el futuro de esa generación depende de que pueda pensarse a sí misma con libertad, confianza y responsabilidad.